Nombrar las cosas
❧ «Saber los nombres es saber las cosas»
Esta frase que aparece en la obra «Crátilo» de Platón, en el año 360 a. C., abrió las puertas a una profunda reflexión sobre el origen y la naturaleza del lenguaje.
En el diálogo entre Crátilo y Hermógenes se enfrentan dos posturas opuestas sobre la relación entre las palabras y su naturaleza. Por un lado, Crátilo propone que los nombres no solo etiquetan objetos, sino que distinguen su esencia más profunda. Los nombres deben ser herramientas cuidadosamente diseñadas para capturar y transmitir la verdadera naturaleza de las cosas. Así, un nombre puede ser verdadero o falso dependiendo de su capacidad para representar fielmente la realidad.
Por otro lado, Hermógenes defiende el convencionalismo: lo realmente importante es que los nombres cumplan su propósito de comunicar efectivamente el pensamiento del hablante y pongan de manifiesto las cosas. En lugar de una correspondencia automática entre nombres y objetos, lo esencial es su uso para transmitir significados de manera efectiva.
El «Crátilo» es una obra que no sólo se ocupó de la rectitud de los nombres, sino que también es una introducción a la teoría platónica de la verdad.
❧ Nombrar el asombro
A William Whewell se le daba bien acuñar nuevas palabras. Este científico y filósofo británico del siglo XIX tenía el don para encontrar los términos perfectos que describieran los nuevos descubrimientos y conceptos emergentes de la ciencia. No sólo introdujo la palabra scientist (científico) en su sentido moderno, reemplazando la anticuada denominación de «filosofía natural», sino que también creó nuevas palabras para la ciencia como físico, lingüística, catastrofismo o astigmatismo. Ayudó a Michael Faraday, científico que estudió el electromagnetismo y la electroquímica, a bautizar términos como electrodo, ion, ánodo y cátodo. Whewell comprendió que el lenguaje desempeñaba un papel crucial en la construcción y el avance del conocimiento científico, y así lo expresó: «[Los términos técnicos] Llevan consigo, en su significado, los resultados de profundas y laboriosas investigaciones. Transmiten los tesoros mentales de un período concreto a las generaciones siguientes y, cargados con esta preciosa mercancía, navegan seguros a través de los abismos del tiempo».
Para nombrar los avances científicos, a menudo se han utilizado términos existentes o se han creado neologismos a partir de raíces griegas o latinas. Todos los acontecimientos naturales, sociales, políticos o tecnológicos han dado origen a nuevas palabras que reflejaban realidades emergentes. Desde los conceptos abstractos hasta las invenciones disruptivas, el lenguaje se ha ido adaptando y expandiendo para reflejar los cambios de nuestra comprensión del mundo.
Cuentan que fue el propio Carlos Linneo el que dijo: «Dios creó, Linneo ordenó». En su obra Systema Naturae, publicada en 1735, se propuso ordenar de forma coherente el mundo que le rodeaba. Para ello, desarrolló sistemas que facilitaran la identificación de las especies. La clave de su método radicó en la dispositio (clasificación) y la denominatio (nomenclatura). Linneo implementó un sistema de nomenclatura binomial que asignaba nombres científicos únicos, compuestos por el nombre del género y un descriptor específico en latín, como por ejemplo: Homo sapiens, Lavandula officinalis o Staphylococcus aureus. Aunque su propuesta fue innovadora, no estuvo exenta de polémica en sus inicios. Las ideas de Charles Darwin sobre la clasificación de las especies divergían de las de Linneo. Darwin veía a las especies como entidades cambiantes y en constante evolución, lo que implicaba que no podían ser delimitadas ni definidas de manera estática. Sin embargo, el sistema de Linneo ha perdurado hasta nuestros días, convirtiéndose en el lenguaje universal de la taxonomía.
A lo largo de la historia, muchos inventos y descubrimientos han dado lugar a la creación de nuevas palabras y términos. Por ejemplo, el transistor, que surgió en 1948, recibió su nombre de la combinación de transfer y resistor. La palabra láser surgió como un acrónimo de Light Amplification by Stimulated Emission of Radiation. El término quark, utilizado para describir una partícula subatómica, se inspiró en un verso de la novela Finnegans Wake de James Joyce: «Three Quarks for Muster Mark». La palabra robot hizo su debut en 1920 en una obra del escritor checo Karel Čapek, este vocablo se derivó del término checo robota, que significa "trabajo" o "servicio forzado", utilizado para referirse a los trabajadores en servidumbre en el imperio austrohúngaro. O Wi-Fi que, curiosamente carece de un significado literal ya que, según la consultora de marca Interbrand, no representa Wireless Fidelity ni tiene un significado específico más allá de la conexión con el término hi-fi.
❧ Nombrar lo nuevo
No solo la ciencia ha traído nuevas palabras al lenguaje común. Se dice que William Shakespeare inventó aproximadamente 1700 palabras que se añadieron al diccionario, algunas de las cuales, como bump (golpe), hurry (prisa), critical (crítico), addiction (adicción), goosip (chisme), unreal (irreal) o road (camino) son términos esenciales del inglés actual.
Puede que otros escritores no fueron tan prolíficos como Shakespeare, pero también dejaron su huella acuñando neologismos que utilizamos de forma habitual. Por ejemplo, el término freelance fue introducido por Walter Scott en 1820 en su novela «Ivanhoe» para referirse a mercenarios que trabajaban por una tarifa. El concepto de meme fue acuñado por el biólogo evolucionista Richard Dawkins en 1976 para describir una idea que se propaga de una persona a otra. El término nerd, utilizado comúnmente para describir a personas fascinadas por la tecnología y los videojuegos, fue creado originalmente por Dr. Seuss como parte de una serie de nombres de criaturas imaginarias.
En las obras de Miguel de Unamuno también podemos encontrar bastantes neologismos, aunque la mayoría de ellos no trascendieron al habla común. Entre las palabras que creó encontramos: ateólogos, irresignación, hidetodo, noluntad, chirigotizar, fulanismo, metafisiquear, gramatiquería, voluptuosismo, neografista (inventor o usuario de una nueva ortografía contraria a la establecida), descaracterizar, ramplonería, cocotología (parecido a la papiroflexia), multánime, muchedumbroso, ingeneración, tunantería, vulgarchería, nostrismo, tuísmo, etc.
Los neologismos en la lengua son necesarios para denominar nuevos conceptos o para encontrar otras formas de expresar ideas existentes y además, denotan que una lengua sigue viva. Cada año, el Diccionario de la lengua española incorpora vocablos que ya forman parte de nuestro lenguaje cotidiano, por ejemplo, el año pasado entraron palabras como machirulo, superalimento, chundachunda, oscarizar, masa madre, perreo, porsiacaso, motonieve, etc.
❧ Nombrar las marcas
Los nombres de las marcas son fuente de una intensa creatividad lingüística que poco a poco va introduciéndose en nuestro vocabulario de manera orgánica, incorporando términos que son un reflejo los avances o las tendencias de cada época. Verbos como tuitear, instagramear, googlear o whatsappear se han incorporado con naturalidad a nuestro lenguaje cotidiano. Sin embargo, cuando los nombres de las marcas se vuelven demasiado populares y reconocidos, corren el riesgo de convertirse en nombres genéricos para denominar a una categoría de productos. Si el nombre de una marca termina entrando en el diccionario, se considera que ha sufrido un «genericidio» o la vulgarización de la marca y por lo tanto, pierde la condición de marca.
Se cree que Linoleum fue el primer nombre de marca que sufrió este fenómeno, tan solo 14 años después de su creación. Palabras como queroseno, heroína, jacuzzi, yo-yo, vaselina, futbolín, tiritas, termo o fotomatón, entre muchas otras, que ahora forman parte de nuestro vocabulario diario, en su día fueron marcas comerciales.
“Adán y su capacidad de crear palabras, en realidad, sigue reencarnando en todos nosotros pues aún hoy en día, y día a día, es necesario inventar palabras (o reencaucharlas) para nombrar la realidad. Es probable que hasta antier no supiéramos lo que es un celular (que ya no es un tejido, sino una antipática forma de no poder esconderse jamás) y que hace algunas semanas tampoco entendiéramos tan bien lo que hoy con tanta seguridad llamamos informantes o cooperantes. Todos los días anónimos Adanes inventan palabras nuevas para nombrar nuevas cosas. La realidad no deja de sorprendernos y nosotros no abandonamos la feliz manía de nombrarla, de intentar atraparla en una combinación de sonidos”