Palabras para asombrarse
La magia que surge al juntar dos palabras extrañas entre sí puede revelarnos el inicio de una historia fascinante. Así nos lo hizo saber Gianni Rodari con sus «binomios fantásticos»: una combinación de dos palabras aparentemente inconexas que, al unirlas, crea una expresión o concepto sorprendente y, a veces, humorístico. Este autor italiano trascendió a la historia por una vida ligada a la educación y la pedagogía, especialmente al universo de los niños. En sus escritos, se percibe su profunda vocación y pasión por el lenguaje, explorando sus infinitas posibilidades y las oportunidades lúdicas que ofrece. Rodari no solo dejó huella en la literatura infantil, sino que también destacó por su compromiso con la creatividad y el aprendizaje a través del juego.
“En realidad, no basta un polo eléctrico para provocar una chispa, hacen falta dos. Una palabra sola “reacciona” sólo cuando encuentra una segunda que la provoca y la obliga a salir del camino de la monotonía, a descubrir nuevas capacidades de significado. […] Es necesaria una cierta distancia entre las dos palabras, que una sea suficientemente extraña a la otra, y su unión discretamente insólita, para que la imaginación se ponga en movimiento”
Es en el espacio creativo que nos ofrecen las palabras donde surge la libre asociación de ideas, sensaciones y sentimientos, pudiendo resignificarlas volcando en ellas nuestra experiencia y nuestra imaginación. El lenguaje es un terreno de juego fértil donde las palabras pueden adquirir significados inesperados, permitiendo que la creatividad florezca de formas sorprendentes.
❧ Palabras para asombrarse
“Cuando yo uso una palabra -le dijo Humpty Dumpty, no sin desdén- significa lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos.
La cuestión es -dijo Alicia- si tú puedes hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes.
La cuestión es -dijo Humpty Dumpty- saber quién es el amo, eso es todo.”
Al escribir Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del espejo, Lewis Carroll tuvo la intención de fomentar la fantasía y el humor mediante ingeniosos juegos con el lenguaje. Para ello utilizó onomatopeyas y, sobre todo, se destacó por inventar términos conocidos como «palabras maletín», fusionando o derivando palabras para dar vida a nuevas expresiones.
Su fascinación por jugar con el lenguaje y desafiar las normas y la lógica se expresó plenamente en la creación del poema Jabberwocky, ejemplo de literatura del nonsense por excelencia y una de las piezas que recoge más palabras inventadas por el autor: frumious (combinación de fuming y furious), flythy (combinación de slimy y lithe), mimsy (combinación de miserable y flimsy), etc…
Fue el propio Carroll quien nos dejó por escrito cómo crear una de sus famosas «palabras maletín»: «Por ejemplo, toma las dos palabras 'fuming' y 'furious'. Decide que dirás ambas palabras, pero deja sin resolver cuál dirás primero. Ahora abre la boca y empieza a hablar. Si tus pensamientos se inclinan aunque sea un poco hacia 'fuming', dirás 'fuming-furious'; si se inclinan, aunque sea por un ápice, hacia 'furious', dirás 'furious-fuming'; pero si posees el más raro de los dones, una mente perfectamente equilibrada, dirás 'frumious’».
Son muchos los escritores que han creado su propio universo a través de los juegos de palabras o de la construcción de un vocabulario que fuera capaz de dar voz a su imaginación. Quizás sea Julio Cortázar quien mejor capturó el legado de Lewis Carroll en español mediante un idioma de su propia creación: el glíglico.
Las palabras inventadas en la obra de Julio Cortázar, creadas a partir de un juego propio y personal con la lengua, responden al conocimiento que él poseía como traductor y gran conocedor de los mecanismos del lenguaje. No necesitamos recurrir a un diccionario español-glíglico para entender de manera intuitiva la escena que describe en el famoso capítulo 68 de su obra Rayuela. Ni tampoco un traductor simultáneo que nos descubra algo sobre el noema, los sustalos, el tordular, los hurgalios o el pínice en el contexto de la novela.
Cronopio fue una creación espontánea, en palabras de Cortázar nada tiene que ver con cronos y opus, ya que «simplemente aparecieron allí». Esa noción de juego en la escritura fue algo serio para Cortázar ya que no concebía lo cotidiano sin que estuviera ligado a lo fantástico: «cuando yo hablo de juego hablo muy en serio, como hablan los niños, porque para los niños el juego es una cosa muy seria, no hay más que pensar en cuando éramos niños y jugábamos, los que nos parecían triviales eran los grandes cuando venían a interrumpir nuestro juego que era lo importante, y la literatura es también así».
El humorista gráfico Forges también creó palabras sin sentido de carácter efímero, neologismos o jitanjáforas (sucesión de palabras sin sentido en el que las combinaciones de sonidos adquieren relieves insospechados) que pretendían crear un nuevo lenguaje, un nuevo juego de sonidos utilizando, a veces, prefijos y sufijos ya existentes: choricato, morroalce, quitencia, pelitisú, manillarmotoso, dospierno, linguolargo, folastador, inutilisky, fórmula cuántico-fláccida, etc. Las jitanjáforas no responden a un juego lógico, sino a la conciencia de estar jugando, no poseen un significado establecido sino más bien un significado potencial, el que mejor juzguemos otorgarle.
“Todos los usos de la palabra para todos, me parece un buen lema, con un bello sonido democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”
En 1984, la novela distópica de George Orwell, se describe una sociedad que vive dominada por una dictadura totalitaria. Uno de los métodos de sometimiento es la implantación de un idioma llamado neolengua. Este nuevo lenguaje se basa en la hipocognición (la falta de representación lingüística o cognitiva de ciertos conceptos) para moldear y limitar la capacidad de pensar libremente de sus hablantes. La neolengua de 1984 se caracteriza por reducir el vocabulario deliberadamente, eliminando palabras, sinónimos y términos ambiguos hasta simplificar la lengua de tal modo que sólo sirva para expresar los postulados del régimen. La población sometida es esclava de la lengua, o más bien, de la escasez de palabras, matices y sutilezas de la lengua.
Para que esto no suceda juguemos con las palabras, activemos nuestras poéticas creativas, experimentemos el poder liberador de la palabra que ensancha nuestro pensamiento. Encontrar y descubrir palabras es, probablemente, un paso más para aprender a ver.